Las santas ejemplares

Dos caballeros franceses cuyo nombre ya se ha olvidado, si bien se recuerda su alta alcurnia, decidieron emprender el Camino de Santiago en pleno invierno, precisamente la época en que todos los peregrinos rehuían arriesgare a seguir la Ruta, tanto por las condiciones meteorológicas adversas como, sobre todo, por los graves peligros que entrañaba el paso a pie de los puertos pirenaicos. Sin embargo, para os dos caballeros el reto invernal formaba parte de la misma devoción que los guiaba y e enorme sacrificio que suponía era para ellos una prueba mas que querían afrontar en honor al Apóstol al que habían prometido visitar.

Así alcanzaron a duras penas el Summus Portus, el actual Somport, azotado por una terrible ventisca que los obligaba a caminar con nieve hasta la cintura. Apenas sobrepasada la cumbre, se dieron cuenta de que las fuerzas comenzaban a fallarles y que no podían resistir el descenso, totalmente solitario y sin posibilidad de encontrar refugio alguno. De pronto, misteriosamente, atisbaron una luz a poco trecho y al acercarse, en el limite de su resistencia, distinguieron una cabaña iluminada. La cabaña estaba desierta, pero tenía el fuego encendido en el hogar y la tosca mesa se encontraba bien provista de alimentos y bebidas, de modo que saciaron su hambre y calentaron sus ateridos cuerpos.

Convencidos de haber sido objeto de un milagro, los dos caballeros se encomendaron al Apóstol y, devotos como eran de Santa Cristina, prometieron la construcción allí mismo de un refugio para peregrinos que llevaría su nombre. Apenas formularon su voto, surgió de no se supo nunca donde un pajarillo llevando en e pico una cruz de oro, con la que fue marcando con pasmosa precisión los límites exactos del contorno del que, en poco tiempo, se habría de convertir en el primer hospital de peregrinos de aquel paraje por donde se iniciaba el Camino Jacobeo Aragonés.