La leyenda de Loreley

La Loreley (también conocida por los nombres anglosajones Lorelay o Lorelai, o su adaptación española Lorelei) es a día de hoy el nombre de un gran saliente rocoso que está a unos 120 metros de altura, situado a orillas del río Rin en la zona de las montañas Taunus (Renania-Palatinado) en Alemania.

Actualmente este enorme peñasco es un punto de visita casi obligado para los turistas que visitan estos parajes, ya que entre otras cosas, la vista a los pueblos cercanos desde ahí es hermosa y sobrecogedora.

La otra razón por la cual dicha piedra sigue siendo hasta la fecha conocida, es por ser el punto de referencia de una antigua leyenda de la Europa medieval.

Durante la Edad Media era usual que los navíos mercantes que navegaban por las aguas del río Rin, colisionaran con la base de este promontorio y terminaran hundiéndose, pereciendo ahogados los tripulantes.

Con el pasar del tiempo la cantidad de accidentes navieros cercanos a dicho peñasco creció de tal manera, que surgió una leyenda en torno a él. Se empezó a contar la fábula de que aquella roca era frecuentada por un ser mitológico, una sirena que poseía una belleza y cualidades vocales tan impresionantes, que en cuanto comenzaba a susurrar sus hipnóticas canciones, los navegantes se sentían atraídos irremediablemente a ella. De esta manera, el barco de turno era encauzado hacia la parte más peligrosa del caudal del río con el propósito concreto de que la embarcación se estrellara contra la fatal roca.

Para rizar el rizo, y como las mentes del medievo eran tan calenturientas, se narraba también que mientras los desventurados tripulantes se ahogaban, la malvada ninfa peinaba de manera pausada su largo cabello rubio, esbozando una sonrisa, como si disfrutara de un espectáculo en el que nada estuviera sucediendo. En este sentido se contaba que los marineros caían literalmente rendidos a los pies de la sirena (o mejor dicho a sus aletas).

De esta manera, el nombre Loreley (Lorelay, Lorelai o Lorelei) deriva del término alemán “lorlen” (que significa “susurrar”) y de la voz que los habitantes de la zona emplean para denominar a las rocas o piedras “ley”. Combinadas, producen el resultado etimológico del nombre Loreley, que se podría traducir como “La roca del susurro”. Pronto esta sirena ficticia que gustaba de morar y cantar en aquella roca, también adoptó el mismo nombre de Lorelei.

Y aún ahora dentro del medio ocultista, intelectual y artístico, la imagen de esta legendaria sirena conocida como Lorelei sigue siendo uno de los iconos por excelencia de la mujer fatal.





Historia y leyenda del grial aragonés

    Así y no de otro modo lo cuentan en las comarcas del Alto Aragón. Así y no distinto lo escucharon los peregrinos que caminaban hacia el sepulcro de Santiago cuando, ya cruzada Jaca, se internaban en los montes donde se esconde el monasterio de San Juan de la Peña.

    Fue en los primeros tiempos de las persecuciones a los cristianos, cuando era obispo casi clandestino de Roma el Papa Sixto II, a quien por fin descubrieron y vinieron a prender los esbirros imperiales. Su diácono Lorenzo, que era natural de Loreto, un suburbio de la ciudad de Huesca, quiso ir con él a recibir el martírio, pero el Pontífice no se lo permitió, al menos hasta que hubiera distribuido entre los pobres de la ciudad imperial los escasos bienes que entonces poseía la Iglesia.

    Así lo hizo Lorenzo y se dispuso a entregarse y sufrir el martírio, pero, antes de cumplir la orden que le había transmitido el Papa, separó de aquellos tesoros sagrados el que tenía por más preciado: el Cáliz con el que el mismo Jesucristo instauró la Eucaristía durante la Última Cena, el mismo Cáliz que recogió también su sangre cuando, ya en la Cruz, el centurión Longinos le atravesó el costado con su lanza. San Pedro había llevado consigo la joya simbólica al trasladarse a Roma y todos sus sucesores lo habían conservado como la más importante reliquia de la cristiandad.

    San Lorenzo entregó en custodia aquella reliquia a un legionario cristiano y le encargó que lo llevase a su ciudad, donde vivían sus padres, Orencio y Paciencia, que también alcanzaron la santidad. Y así, la ciudad de Huesca, ante la sagrada responsabilidad que le había tocado en suerte, guardó secretamente el Vaso Sagrado y, cuando terminaron las persecuciones y triunfó la Iglesia, le levantó un hermoso templo que ocupaba el lugar donde hoy se levanta la iglesia románica de San Pedro el Viejo.

   
Pasó e tiempo y dio comienzo la invasión musulmana; y los oscenses, en su huida hacia las montañas, sacaron de la ciudad la preciosa reliquia y la fueron dejando sucesivamente custodiada en los lugares que parecían más seguras para que no cayera en manos del Islam y pudiera ser profanada. Así, de Huesca pasó a Yebra, de allí a Siresa, en el valle de Echo, donde le levantaron la iglesia de San Pedro para guardarla a buen recaudo. Pero también de Siresa tuvo que ser sacada para esconderla en Balboa primero y luego en San Adrián de Sasabe, la iglesuela levantada en honor del matrimonio de santos, San Adrián y Santa Natalia.

    Finalmente, cuando el peligro sarraceno se alejó definitivamente de aquellas comarcas - y aquí se acaba la leyenda y comienza la historia de nuestro Grial -, cuando nació, casi de la nada, el reino de Aragón, su primer monarca, Ramiro I, mandó construir en su honor y para su custodia la que había de ser la primera catedral del incipiente reino: la Seo de Jaca.

    No lejos de esa primera capital aragonesa se encontraba ya entonces el monasterio de San Juan de la Peña, de cuya leyenda fundacional habremos de ocuparnos un poco más adelante. Sus abades ostentaban el cargo añadido de obispos de la catedral jacetana, siguiendo una costumbre que se arrastraba desde los tiempos en que aquellas tierras formaban parte del reino de Pamplona. Y sucedió que, hacia los inicios del segundo cuarto del siglo XI, cuando la reforma cluniacense se extendía como una mancha de aceite por toda Europa, los monjes pinatenses - así se llamaban los de monasterio de San Juan de la Peña - abrazaron la regla de San Benito y unos cincuenta años más tarde, que no más, adoptaron la reforma preconizada por Cluny, que, entre otras novedades, vendía a unificar los ritos eucarísticos en todo el ámbito cristiano.

    Para dar carácter oficial a esta reforma, y celebrar la primera misa según la liturgia romana, legó a San Juan de la Peña, en el año 1071, el cardenal Hugo Cándido. El abad obispo, que entonces era don Sancho, para dar más esplendor a aquel acto tan trascendental para la Iglesia, trasladó al monasterio el Cáliz que se guardaba en la catedral. Y allí quedaría custodiado desde entonces e Grial, sin que reclamaciones ni amenazas de los jacetanos lograsen que los monjes lo devolvieran ya nunca. La reliquia fue depositada en el altar mayor de la iglesia monástica y sólo fue utilizado, durante siglos, en las grandes solemnidades de cenobio con motivo de las fiestas señeras de la cristiandad.

    Posteriormente, el último monarca de la dinastía condal catalano-aragonesa, Martín el Humano, aún no se sabe por qué motivo y mediante presiones, logro en 1399 que los monjes le cedieran la reliquia, a cambio de otro cáliz mucha más costoso en lo material, pero carente de la tradición sagrada del que ellos guardaban. El Grial pasó a custodiarse por algún tiempo en el palacio real de la Aljafería de Zaragoza, de allí fue trasladado a la Capilla Real de Barcelona, donde se encontraba el 1410. Y el 18 de marzo de 1437 - esto ya es historia, no lo olvidemos - fue entregado para su custodia en la catedral de Valencia por el rey Alfonso V el Magnánimo. Desde entonces, y sin perder su condición de custodia, la reliquia sigue en la ciudad del Turia, en una capilla especial que, en sus orígenes, parece que fue sala capitular d
e la seo valenciana- Sólo salió de ella para ser escondido en algún lugar secreto durante la Guerra Civil (1936-1939) y para presidir años después un viaje eucarístico y políticamente manipulado por todos los lugares señeros donde estuvo depositado anteriormente.

La leyenda de Santa Orosia

Orosia era, según dicen, una princesa procedente de Aquitania que llegó a aquellas montañas acompañada de un numeroso séquito camino de Toledo, donde estaba destinada a contraer matrimonio con un príncipe godo. Su largo viaje coincidió, sin embargo, con la invasión agarena, de la que ni siquiera tuvieron noticias al emprender su andadura. Así, la comitiva principesca, al pasar por los montes cercanos a la localidad de Yebra, tuvo la desgracia de tropezarse con una numerosa partida de musulmanes que los hizo prisioneros.

El cabecilla de aquella partida, Aben Lupo, se sintió inmediatamente enamorado de la princesa cristiana y la requirió de amores, pero fue rechazado una y otra vez por Orosia, que sentía sobre todo la incompatibilidad de su fe con las creencias de aquel moro que pretendía convertirla al islamismo y casarse con ella según sus creencias religiosas. El enamorado caudilo echó mano de todos los trucos imaginables para convencer a la cristiana y, ante sus firmes negativas, no encontró otra solución que intentar convencerla recurriendo al miedo. Así, en presencia de la virtuosa princesa, hizo degollar a su propio tío y a su hermano, que la acompañaban. Con ello no logró otra cosa que afirmarla en sus convicciones y, finalmente, desesperado por el mismo horror que había despertado en su amada, la hizo también decapitar con todos los demás miembros de su comitiva y arrojó sus cuerpos a una sima cercana.

Santa Osoria
Pasó el tiempo y la poca gente que tuvo noticias de aquella matanza buscó primero inútilmente sus restos y luego olvidó el suceso. Pero un buen día, mientras conducía su rebaño, un pastorcillo de Yebra distinguió luces que salían de una covacha y, al acercarse, sintió que de ella salía un aroma indefinible. Cuando se asomó encontró los restos de los mártires y, entre ellos, el cuerpo decapitado e incorrupto de la princesa Osoria. La noticia corrió por toda la comarca y, muy pronto, el cabildo de la catedral de Jaca reclamó la reliquia de la princesa, que inmediatamente después de ser encontrada fue proclamada santa y comenzó a hacer prodigiosos milagros. El pueblo de Yebra, en cuyo término había tenido lugar el hallazgo, reclamó por su parte el derecho a conservar a su santa y sólo largas conversaciones con la autoridad religiosa abocaron en una solución: Yebra conservaría la cabeza de la princesa mártir, pero el cuerpo sería trasladado a la catedral jacetana, donde habría de recibir el culto apropiado para que su santidad fuera conocida de mayor número de fieles. Y así se hizo. Y, desde entonces, la reliquia de Santa Osoria siguió repartiendo milagrosos favores desde su capilla del templo catedralicio.

El cuerpo de la princesa aquitana se sigue conservando en la capilla especial que se le construyó junto al claustro de la catedral. Esa capilla tiene una disposición muy significativa, porque fue levantada justo a los pies de la gran nave central, de tal manera que su estructura conformaba como los dientes de una llave cuyo cuerpo lo constituiría la nave misma del tiempo. Este simbolismo de la llave se repite en numerosos templos cristianos, y la disposición del enterramiento sagrado llama la atención por el mensaje que transmite. Todo hace pensar que, tanto aquí como en otros lugares con las mismas características, la capilla debía transmitir la idea simbólica de que aquella llave estaba destinada a guardar y a descubrir un determinado secreto a aquellos que fueran capaces de captar debidamente su significado. El secreto en cuestión, en nuestro caso, sería probablemente la identificación del culto a la princesa mártir con sus cultos ancestrales rendidos a personajes femeninos, como la Perséfone de los misterios eleusinos, a los que se traspasaría el papel sagrado antiguamente destinado a las divinidades femeninas de las antiguas tradiciones precristianas: diosas que participaban de la maternidad telúrica y de la pureza y que, con el tiempo, serían absorbidas por la devoción popular mariana, que vino a asumir una parte fundamental de las creencias propiciadas por el cristianismo a partir del siglo XII.

Hoy, el culto a Santa Orosia ha sufrido un considerable retroceso en su vertiente popular, pero, hasta no hace todavía un siglo, la devoción por su reliquia constituyó una de las celebraciones más singulares de aquellos contornos. Porque la santa adquirió buena parte de su fama por sus especiales poderes para sacar los diablos del cuerpo de los endemoniados. Y, así, en los días de su festividad, acudían a Jaca familias enteras acompañando a los pobres que habían tenido la desgracia de caer poseídos por el diablo, para invocar los favores de la reliquia.

El ritual que se llevaba entonces a cabo, y que era precedido por una procesión durante la cual se conducía a los endemoniados hasta la catedral, consistía en atarles a aquellos desgraciados cintas de colores a los dedos y dejarlos juntos durante toda la noche y en la mas absoluta oscuridad en a capilla de Santa Orosia, entregados a sus terrores y a sus histerias. A la mañana siguiente salían magullados y medio muertos después de aquella experiencia colectiva. Entonces, los familiares procedían a contar las cintas que se les habían desprendido de los dedos. Y cada cinta suelta era, según fama, un diablo que había abandonado su cuerpo.

El Olimpo de los dioses celtas y los guerreros de piedra

Y será en la cima del mencionado Pindo, al que "... le convierte admirablemente el nombre de monte Pindo y creo que será antiguo y que se le habrá puesto a imitación del Pindo de la Grecia", donde el intelecto popular sitúe el Olimpo de los dioses de los invasores celtas. La sierra de O Pindo es un accidente montañoso de carácter rocoso que presenta muchas dificultades para el viajero que la quiera recorrer a pie, y que cae abruptamente al mar. Está situada en el ayuntamiento de Carnota, una localidad marinera con topónimo celta, pues "carn" significa "piedra", conocida por el arenal que discurre por su costa que tiene a gala ser el mayor de Galicia con sus siete kilómetros de largo. Al norte del macizo de O Pindo desciende al mar un río, el Xallas, que hasta la construcción de la central eléctrica desemboca sus aguas directamente al océano en una cascada de más de cien metros de altura, acontecimiento único en Europa ...

... cae no haciendo salto o catarata, sino precipitándose
y haciendo cascada y haciendo un pozo de inmensa profundidad,
y peligroso y levantando como un monte de espuma
pues el Ézaro lleva mucha agua.

                                                              Padre Sarmiento 

Allí, al pie del fin del mundo conocido, descansarían los dioses y hacia este lugar irían las almas de los guerreros muertos en la batalla. El propio monte, en realidad una sucesión de agrestes cimas, desde siempre ha ejercido una atracción especial en el folclore local, alimentando leyendas y ubicando en él lugares mágicos relacionados con sacrificios, fertilidad y muerte, pero también con fabulosos tesoros como el de la misteriosa Reina Lupa, ligada, como veremos, con la traslación del cuerpo del apóstol Santiago al lugar de su definitivo enterramiento: Copostela. La curiosa morfología del roquedo ha adquirido en la mentalidad popular formas antropomórficas y es abundante la identificación de éstas con representaciones humanas. Así, la visión de la cima del Pindo nos presenta multitud de antiguos guerreros petrificados que han encontrado en sus alturas la última morada teniendo como eterno compañero al crepúsculo.

Monte Pindo
En las Rías Baixas la península de Bardanza es un promontorio montañoso que separa las rías de Muros-Noia y Arousa, resistiéndose a morir en el océano formando una postrera estela de islotes conocidos como islas Sagres que, junto a la isla de Sávola, protegen la ría de Arousa del embate oceánico en su ribera norte. Barbanza es un territorio de poblamiento primitivo que presenta un importante patrimonio arqueológico y abundante folclore ligado a sus pobladores más antiguos. En estas tierras no sólo han dejado un enorme patrimonio pétreo sino innumerables mitos y leyendas, una de las cuales relaciona la formación de este pequeño archipiélago en torno a Sálvora con la penetración de los pueblos celtas que llegaron por el mar.

En el principio de los tiempos, este territorio estaba bajo la protección de un encantamiento que frenaba los posibles deseos de conquista de los pueblos belicosos ya que aquellos que se arriesgasen a ignorarlo quedarían convertidos en piedras. Mas la osadía de los celtas tuvo su justo premio al cumplirse el encantamiento salvándose sólo uno de sus jefes, Saefes, que para evitar sufrir el mismo destino que sus tropas se casó con Forcadiña, la hija del jefe de los oestrimnios, pobladores de estas tierras, teniendo un hijo al que llamaron Noro. Descubierta la treta, el hechizo se apoderó de la pareja y de su hijo. Saefes quedó transformado en el peñasco conocido como "Home de Sagres" con la lengua rajada en siete pedazos (las conocidas como "Sete língoas"), corriendo su mujer e hijo la misma suerte al convertirse para la eternidad en los islotes de Forcadiña y Noro.

Pero no está sólo Saefes en su hechizo ya que todo su ejército lo acompaña, convertidos en peñas e islotes, esclavos del encantamiento hasta el final de los tiempos.

Scéla Mucce Maic Dátho (El cerdo de Mac Datho)

La saga El cerdo de Mac Datho, recogida en un manuscrito del siglo IX a.de.C., trata de sucesos muy anteriores, que ocurrieron antes del llamado "periodo heroico", que empezó en los años
inmediatamente anteriores a la era cristiana y continuó durante un tiempo después de ella. Muchos de los personajes que aparecen en esta historia son también actores en otras sagas y romances: Conall y Ailill son los consabidos líderes de Ulster y Connacht, pero el rey de Leinster es aquí Mesroda Mac Datho, no su hermano Mesgegra, que aparece en El sitio de Howth, y el guerrero-campeón de Ulster no es aquí Cú Chulainn, sino su camarada de más edad, Conall Cernach. De hecho, esta es una de las pocas sagas del Ciclo del Ulster donde no aparece el joven guerrero Cú Chulainn.

La historia dramatiza la pugna, a menudo armada, por conseguir la porción del campeón (curadmír), el mejor y más exquisito trozo de carne en un banquete. El texto aquí reproducido es el recogido en el Book of Leinster, según la edición de Windisch, con algunos pasajes de MS Rawlinson. Existe una versión ligeramente diferente, la de Kuno Meyer en Anécdota oxoniensia, tomada del manuscrito de Rawlinson del siglo XV. El texto, siguiendo las arcaicas pautas indoeuropeas (y entre ellas las célticas), se halla básicamente en prosa pero con partes en verso. En la versión aquí presentada, los pasajes en verso han sido convertidos a prosa.

El estilo del cuento es también el de esos arcaicos textos célticos, pero aún, si cabe, más crudo y primitivo, aunque la excesiva sobriedad se halla mitigada por frecuentes toques de humor. La única presencia de seres o hechos sobrenaturales ocurre en el manuscrito de Rawlinson. La historia se presente a continuación.


        Había una vez un famoso rey en Leinster, Mac Datho era su nombre. Él tenía un sabueso; el sabueso defendía todo Leinster. El nombre del sabueso era Ailbe, e Irlanda estaba llena de su nombre.
        Llegaron mensajeros de Ailill y Medb pidiendo el sabueso. Y al mismo tiempo llegaron también mensajeros de Conchobar Mac Nessa para pedir ese mismo sabueso. Todos fueron bienvenidos, y llevados a él en la sala. Esa era una de las seis salas que había en Irlanda, las otras eran la sala de Da Derga, en el territorio de Cualu; la sala de Forgall Manach y la sala de Mac Dareo, en Brefne; la sala de Da Choca, en el oeste de Meath, y la sala del terrateniente Blai, en Ulster. Había siete puertas en esta sala, y siete pasajes hacia ellas, y siete fuegos de hogar, y siete calderos, y un buey y un cerdo salado en cada caldero. Cada hombre que llegaba metía su tenedor en un caldero, y lo que sacaba era su porción. Si no obtenía nada en ese primer intento se quedaba sin comer.
        Condujeron a los mensajeros hasta él, en su casa, para que pudiera conocer sus peticiones antes de la fiesta. Ellos expresaron su mensaje.
        - Hemos venido de Ailill y Medb para pedir el sabueso - dijeron los enviados de Connacht - y serán entregadas tres veces cien vacas lecheras de inmediato, y un carro de combate con dos caballos, el mejor de Connacht, y, por añadidura, al final de un año regalos equivalentes a estos.
        - Nosotros venimos de Conchobar, también para pedirlo - Expusieron los mensajeros de Ulster - y el valor de Conchobar como amigo no es menor, os dará también tesoros y ganado, y los mismos regalos tras un año, e íntima amistad como resultado.
        Tras esto Mac Datho cayó en un total silencio y permaneció así durante un día entero sin beber, sin comer, sin dormir, moviéndose de un lado a otro. Entonces dijo su esposa:
        - Llevas mucho tiempo ayunando. Hay comida a tu lado pero no la comes, ¿Qué es lo que te preocupa?
        No contestó a ala mujer, y entonces la mujer dijo:
        - Insomnio cayó sobre Mac Datho en su casa. había algo que meditaba pero que no contaba a nadie. Él me da la espalda y se vuelve contra la pared, el guerrero de dos fianna de fiero valor, causa preocupación a su prudente esposa el que su esposo no pueda dormir.
        El hombre Crimthann Nia Nair dijo: - No le cuentes tu secreto a las mujeres. El secreto de una mujer no es bien guardado. Un tesoro no es dado a guardar a un esclavo.
        La mujer:
        - Incluso a una mujer deberías hablar si algo no estuviera bien. Una cosa que tu mente no puede penetrar la mente de otro puede penetrar.
        El hombre:
        - El sabueso de Mesroeda Mac Datho, funesto fue el día en que ellos vinieron a pedirlo. Muchos hombres caerán por causa de él. Las luchas por ello serán más de las que pensamos.
        - A no ser que él sea entregado a Conchobar, ello será sin duda un acto propio de un patán; sus ejércitos no dejarán detrás ni ganado ni tierras.
        - Si no es entregado a Ailill, él dejará un montón de cadáveres a lo largo del país. El hijo de Matach nos llevará a todos, él nos convertirá en meras cenizas.
        La mujer:
        - Tengo un consejo para ti. No soy muy mala para dirigir asuntos. Dáselo a ellos los dos, no importa quién caiga a causa de ello.
        El hombre:
        - El consejo que tú ofreces no me hace feliz, pero es buena ayuda para mí.
        Después de eso, él se levantó con un gesto.
        - ¡Vamos entonces! - dijo - para entretener bien a los huéspedes.
        Estuvieron con él tres días y tres noches, y los mensajeros de Connacht fueron convocados ante él en privado:
        - He estado perplejo y con dudas - anunció él - hasta que tuve claro que debería dar el sabueso a Ailill y Medb y dejar que vengan a recibirlo formalmente; tendrán comida y bebida, y bienvenida, y se llevarán el sabueso.
        Ellos se sintieron complacidos por esta íntima conversación.
        Entonces fue hacia los mensajeros de Ulster:
        - He cesado de tener duda alguna - explicó - en dar el sabueso a Conchobar, y dejar que él y los nobles de Ulster vengan por él. Recibirán regalos y serán bienvenidos.
        Ellos oyeron esto con placer.
        Los del este y los del oeste pidieron cita en la misma fecha. Y la cumplieron. En el mismo día viajaron las dos provincias de Irlanda hasta la puerta de la sala de Mac Datho. Él mismo salió a recibirles.
        - ¡Oh héroes! ¡Bienvenidos! ¡Entrad en casa!
        Entraron en la sala, y la mitad de la casa fue asignada a los de Connacht y a otra mitad a los de Ulster. Y la casa no era pequeña. Tenía siete puertas y cincuenta camas entre cada dos puertas. Esos no eran los rostros de amigos en una fiesta, porque muchos habían combatido o herido a los otros. Había habido guerra entre ellos desde trescientos años antes del nacimiento de Cristo. El cerdo de Mac Datho fue entonces sacrificado para ellos. La leche de tres veces veinte vacas lo había engordado durante siete años. Pero había sido criado con veneno, ya que por él tuvo lugar la masacre e los hombres de Irlanda.
        Trajeron el cerdo, cuarenta bueyes lo arrastraron a él y a otros alimentos. El propio Mac Datho actuaba como mayordomo.
        - Bienvenidos -  les dijo -  no hay otra mesa tan suplida como esta. Novillos y cerdos no faltan en Leinster. Y si falta algo, mañana serán sacrificadas nuevas reses-
        - El cerdo es sabroso - dijo Conchobar.
        - Es ciertamente bueno - dijo Ailill.
        - ¿Cómo lo dividiremos, Conchobar? ¿Cómo? - preguntó Bricriu mac Carbaid - aquí están los más valerosos guerreros de Irlanda, y será dividido de acuerdo a hechos y hazañas y trofeos. Cada uno de vosotros ha atizado un golpe en las narices a otro antes de ahora.
        - Hagámoslo así - respondió Ailill.
        - Muy apropiado - dijo Conchobar -. Ya que tenemos aquí jóvenes guerreros que más de una vez luchando han cruzado las fronteras.
        - Hoy vas a necesitar a tus jóvenes guerreros, ¡oh Conchobar! - advirtió Senlaech Arad de Conalad Luachra en el oeste.
        - Tú has dejado muchas veces un gordo novillo de los tuyos yaciendo muerto en tierra sobre su espalda en los caminos de Luachra Dedad.
        - Fue un novillo aún más gordo el que ti dejaste tras de ti, o sea tu hermano, Cruachniu mac Rúadluim de Cruachan Conalad.
        - Él no era mejor -  dijo Lugaid mac Cúrói - que el gran Loth, hijo de Fergus mac Léti, que fue muerto por Echbél mac Dedad en Tara Luachra.
        - ¿Qué piensas tú de esto - Preguntó Celtchair mac Uthechair - de mí dando muerte a Conganchness mac Dedad y cortando su cabeza?
        Sin embargo, ocurrió que entre ellos un particular guerrero, Cet mac Matach, adquirió supremacía sobre todos los hombres de Irlanda. Más aún, el hizo alarde de su valor superior al resto y tomó un cuchillo en sus manos y se sentó al lado del cerdo.
        - ¡Busquemos ahora entre los hombres de Irlanda - dijo - alguien que se atreva a combatir conmigo, o si no, dejad que yo divida el cerdo!
        Los hombres de Ulster se sumieron en silencio.
        - ¿Ves eso, Loegaire? - preguntó Conchobar - ¡Es intolerable! Que Cet divida el cerdo ante nuestros ojos.
        - Para un momento, Loegaire, para que pueda hablar contigo - dijo Cet -. Tenéis una costumbre en Ulster - continuó Cet - que cada joven que es armado caballero hace de nosotros su objetivo. Os dirigís a la frontera y allí os confrontamos. Dejáis atrás el carro de combate y los caballos. Tú mismo retrocediste con una lanza clavada en tu cuerpo. No conseguirás el cerdo de esa manera.
        Y el otro se sentó.
        - Es intolerable - dio un alto y bien parecido guerrero que se había levantado de su asiento - que Cet divida el cerdo ante nuestros ojos.
        - ¿A quién tenemos aqui? - preguntó Cet.
        - Él es un guerrero mejor que tú - contestaron ellos -; el es Oengus mac Láma Gábuid de Ulster.
        - ¿Por qué se llama su padre Lam Gábuid? - Preguntó Cet.
        - ¿Por qué preguntas?
        - Yo sé por qué - contestó Cet - una vez marchó hacia el este. La alarma corrió alrededor de mí. Llegaron muchos, y Lam entre ellos. Él arrojó su gran lanza contra mi. Yo a lancé de nuevo contra él, y le seccionó una mano, que cayó al suelo. ¿ Qué podría inducir a su hijo a combatir conmigo?.
        Oengus se sentó.
        - Continuad la contienda verbal - dijo Cet - o si no, dejad que divida el cerdo.
        - Es intolerable que tú tengas preferencia para dividir el cerdo - exclamó un fornido guerrero de Ulster.
        - ¿A quién tenemos aquí? - preguntó Cet.
        - Ese es Eogan mac Durthacht, rey de Fernmag - respondieron ellos.
        - Lo he visto anteriormente - dijo Cet.
        - ¿Dónde me has visto? - preguntó Eogan.
        - A la puerta de tu casa, cuando me llevé un hato de tu ganado. La alarma corrió por el campo alrededor de mí. Tú acudiste a las llamadas. Tú arrojaste una lanza que chocó contra mi escudo. Yo la arrojé de vuelta contra ti, y te dio en la cabeza y te sacó un ojo. Está a la vista que eres tuerto. Yo fui quien te privó del ojo que te falta.
        Tras ello, el otro se sentó.
        - Preparaos ahora , hombres de Ulster, para continuar la competición verbal - siguió Cet.
        - Tú no lo vas a dividir aún - dijo Munremor mac Gergind.
        - ¿No es ese Munremor? - Preguntó Cet-. Yo soy quien limpió por última vez sus lanzas en Munremor?. No ha pasado aún un día completo desde que tomé y llevé tres cabezas de guerreros de tu tierra, y entre ellas la de tu hijo mayor.
        Tras ello el otro se sentó.
        - ¡Que siga la competición! - gritó Cet.
        - ¡Eso vas a ver! - Dijo Mend mac Sálchocán.
        - ¿Quién es este? - Preguntó Cet.
        -  Mend - respondieron ellos.
        - ¡Qué vendrá después! exclamó Cet - Hijos de patanes con un alias por nombre a competir conmigo, porque fue de mí de quien tu padre obtuvo ese nombre. Yo fluí quien le cortó un pie con mi espada, y así se fue solo con uno cuando se separó de mí. ¿Que pudo haber inducido al hijo de un cojo con un solo pie a pelear conmigo?
        Entonces el otro se sentó.
        - ¡Que siga la competición! dijo Cet.
        - Eso vas a ver - dijo un alto, canoso y muy terrible guerrero de Ulster.
        - ¿Quién es ese? - dijo Cet.
        - Este es Celtchair mac Uthechair - contestaron ellos.
        - Para un momento, Celtchair - dijo Cet - a no ser que tengamos que comenzar a combatir al instante. Yo llegué, Celtchair, hasta la puerta de tu casa. Alrededor de mí se extendió la alarma. Llegaron todos. Y tu también. Saliste a la puerta y me arrojaste una lanza. Yo te lancé otra que atravesó un muslo y parte de tus piernas. Tú has tenido una ... Enfermedad desde entonces. Desde ese día, ni hijo ni hija ha sido engendrado por ti. ¿Que te podría animar a pelear conmigo?.
        Acto seguido el otro se sentó.
        - ¡Que siga la competición! - dijo Cet.
        - Eso tendrás - respondió Cúscraid Mend Macha, el hijo de Conchobar.
        - ¿Quién es ese? - Preguntó Cet.
        - Cúscraid - Contestaron ellos -. A juzgar por su apariencia, tiene porte real.
        - No gracias a ti - Repuso el muchacho.
        - Bueno dijo Cet -, tú fuiste quien vino a nosotros para tu primera hazaña armada. Tuvimos un encuentro en la frontera. Tú dejaste una tercera parte de tus tropas detrás; así te fuiste, con una lanza clavada en tu garganta, de modo que ya no puedes pronunciar una palabra articulada; porque la lanza hirió los tendones de tu cuello, y de ahí, desde entonces, tu sobrenombre de Cúscraid el Tartamudo.
        Y ridiculizó de esta manera a la provincia.
        Entonces, mientras él hacia florituras en el cerdo con su cuchillo, vieron cómo entraba Conall Cernach.
        Se dirigió al centro de la casa. Los hombres de Ulster le dieron una sonora bienvenida. Conchobar se quitó entonces la caperuza de su cabeza y e hizo un gesto de saludo.
        - Me alegra que mi porción esté ya lista - dijo Conall.
        - ¿Quién es ese que está dividiendo las porciones?.
        - Esa tarea le ha sido asignada, tras ganar en la competición - Explicó Conchobar - o sea, a Cet mac Matach.
        - ¿Es correcto - preguntó Conall - que seas tú quien divida las porciones?
Entonces contestó Cet:
        - ¡Bienvenido Conall! Corazón de roca, fiera masa de fuego resplandeciente, brillantez de hielo, roja fortaleza de ira! Bajo el pecho del guerrero que inflige heridas veo ante mí al hijo de Findchoem.
        Conall respondió:
        - ¡Saludos Cet!, ¡Cet mac Matach, gran guerrero, frío corazón, fuerte sobre tu carro de combate en as batallas, mar golpeante, bello toro de pelea, Cet mac Magach!. La decisión fina será hecha en nuestro encuentro y nuestra separación. Será una hermosa saga en Fer m-brot, habrá buenas noticias en Fer Manath, los héroes verán un león fiero en batalla; esta noche en esta casa habrá una dura lid.
        - ¡Levántate del cerdo! -  ordenó Conall.
        - ¿Pero qué puedes tú aportar a la contienda? - pregunto Cet.
        - ¡Es apropiado - respondió Conall -. que tú me retes! Acepto tu reto a combate individual, Cet - continuó Conall -. Juro por los dioses por los que jura mi tribu que desde que tomé por primera vez una lanza en mis manos no he dormido casi nunca sin una cabeza de un hombre de Connacht bajo mi almohada, y sin haber herido a un hombre cada día y cada noche.
        - Es cierto - dijo Cet -. Tú eres un guerrero mejor que yo. Si Anlúan estuviera en la casa él te ofrecería una contienda mejor aún. Es una lástima que no esté aquí.
        - Mas él si está - dijo Conall, sacando la cabeza de Anlúan de su bolsa y lanzándola al pecho de Cet con tanta fuerza que un chorro de sangre brotó de sus labios.
        Cet se levantó entonces del cerdo, y Conall se sentó al lado de él.
        - ¡Que vengan otros a la competición! - retó Conall.
        - No hubo entre los guerreros de Connacht uno solo que se atreviera. Formaron con sus escudos una muralla en círculo alrededor de él para protegerle. Conall fue entonces a dividir el cerdo, puso la punta del rabo en su boca y esa fue la división. Devoró los jamones (una porción para nueve hombres) hasta que no quedó nada de ellos.
        Más aún, no les dio a los hombres de Connacht más que las dos patas delanteras. Entonces los hombres de Connacht pensaron que su porción era pequeña. Saltaron de sus asientos, y los hombres de Ulster también saltaron, y se acercaron. Entonces comenzaron los golpes de espada y de lanza hasta que se formó un montón en el suelo de la casa que llegaba a la mitad de la pared, y ríos de sangre fluían a tavés de las puertas. Salieron afuera, y la batalla continuó allí con gran fiereza. Entonces, Fergus arrancó de raíz un gran roble que allí crecía, y lo blandió contra ellos. Y siguieron luchando.
        Mac Datho llevó su perro y lo soltó entre ellos para averiguar cuáles escogía por instinto. El sabueso escogió a los hombres de Ulster, y él lo envió a atacar a los hombres de Connacht (porque los hombres de Connacht habían sido derrotados). Dicen que fue en los llanos de Ailbe donde el perro asió el eje del carro de combate donde iban Aillil y Medb, Ferloga, el cochero, lo hendió en partes, lanzando su cuerpo a un lado, mientras que su cabeza quedó en el eje del carro. Dicen que Mag Ailbe obtuvo su nombre debido a ese incidente, ya que Ailbe era el nombre del perro.
        Su escapada los llevó hacia el sur, pasando por Bellaghmoon, Reerin, Áth Midbine en Mastiu, Drum Criach (hoy Kildare), Rathagan hasta Feighcullen y el vado de Mac Lugna y la colina de los dos llanos sobre el puente de Cairpre. En el vado de la cabeza del perro, en Farbill, la cabeza del perro cayó del carro, fue hacia el oeste por el brezal de Meta. Ferloga, el cochero de Aillil, saltó desde los brezos al carro de Conchobar, y desde atrás le agarró la cabeza.
        - Compra tu libertad - dijo.
        - Dicta los términos - respondió Conchobar.
        - No será mucho - señaló Ferloga -, o sea, que lleves contigo a Emain Macha y que las mujeres de Ulster y sus jóvenes hijas me canten una canción panegírica: "Ferloga es mi amado".
        Tuvieron que hacerlo, por miedo a Conchobar; y un año después enviaron a Ferloga hacia el oeste a través de Athone, con un par de caballos de Conchobar, con bridas doradas.

La porción del campeón

Los antiguos pueblos célticos constituían en esencia una rama dentro de la gran familia de los indoeuropeos, y las descripciones acerca de los celtas de Irlanda que aparecen en la literatura oral y en los manuscritos medievales muestran muchos signos e ello, y muchas similitudes no solamente con los celtas del continente sino también con los pueblos indoeuropeas en general. El retrato obtenido en Irlanda de esos celtas concuerda en muchos aspectos con las descripciones de los clásicos acerca de las sociedades celtas en las Galias. Júlio César, Diodorus Siculus, Estrabón y otros autores griegos y latinos recogieron en sus obras las formas y hábitos de los celtas-galos en fiestas y banquetes, sus armas típicas, su manera de combatir en un campo de batalla y la poesía de sus bardos. Y muchas de esas costumbres recogidas por los clásicos acerca de los celtas continentales son sorprendentemente similares a las que aparecen en las sagas incluidas en los antiguos manuscritos medievales de Irlanda. Entre otros muchos ejemplos, Poseidonius dice acerca de los galos:

En épocas anteriores, cuando eran servidos los cuartos traseros del banquete el guerrero / héroe más distinguido tomaba para sí la parte de los muslos, y si otro guerrero presente se quejaba, se levantaban y luchaban en un combate individual hasta la muerte de uno de ellos.

Prácticas semejantes están registradas copiosamente en la saga "la historia del cerdo de Mac Datho", y constituyen incluso el tema principal de otra de las sagas más conocidas, "la fiesta de Bricriu", donde esa porción del campeón la ganó Cú Chulainn, el Aquiles céltico.

Esta antigua costumbre de la porción del campeón, ciertamente arcaica y característica de los antiguos indoeuropeos, aparece también en la "Ilíada", donde podemos ver que Agamennon ofrece a Aias el mejor trozo de carne de la parte posterior del cerdo; y en el capitulo de la "Odissea" que tiene lugar en la isla de los faecios tras una sugerencia de Odiseo sirven a Demodocus un trozo especial de carne.

Otro ejemplo es el descrito por Diodorus, y por Athenaeus citando directamente a Posidonius, sobre cómo se celebraban los banquetes de los guerreros:

En la época antigua se servía el cuarto trasero, el guerrero / héroe más bravo y famoso cogía la porción más fina y suculenta de los muslos. Y si otro guerrero pretendía apoderarse de ella, se levantaban de inmediato y luchaban a muerte en combate individual.

En general, tanto la gran obra épica "Táin Bó Cúailnge" (La razia de ganado de Cúailnge), como en otras sagas céltico - irlandesas, esta costumbre estuvo representada y sobrevivió durante siglos en el "curadmír", la porción del campeón, por la cual luchan los guerreros / héroes en dos importantes sagas antes citadas "Scéla Mucce Maic Dátho" (El cerdo de Mac Datho) y "Fled Bricrend" (La fiesta de Bricriu).

Altares de fecundidad

En el promontorio rocoso del cabo de Fisterra (el Finisterre clásico) el mito ha convertido en esclavo al propio hechizo que provoca su presencia y desde tiempos remotos fue receptor de cultos en honor de a divinidad solar que desaparecía en el océano sin fin. La leyenda popular sitúa en este lugar el levantamiento del legendario altar pétreo Ara Solis, el santuario del sol poniente erigido en honor del divino astro en el fin de la Tierra. No sólo tendría este templo un carácter votivo sino que, en su origen, el lugar donde fue levantado era destino de creyentes que se acercaban al otero con objeto de rendir evidencia a la capacidad reproductora que se le otorgaba a una piedra de a fecundidad que se encuentra en sus alrededores, y que la naturaleza había conformado en forma de lecho, a donde las parejas que tuvieran problemas para procrear debían desplazarse. Allí, en la cumbre del monte San Guillerme, fue levantada una ermita con el indudable objeto de cristianizar, una vez mas, un lugar dedicado a los cultos de fecundidad. Así lo atestigua el propio Padre Sarmiento, que nos señala la existencia de una piedra que tenía la virtud de hacer fecundas a las mujeres: "Era como una pila o cama de piedra, en la cual echaban a dormir marido y mujer que por estériles acudían al Santo, y en aquella ermita y allí delante del Santo engendraban ...". Una superstición que se repite en la cima del vecino monte Pindo donde se encuentra uno de estos altares de la fecundidad, al que no sólo se le atribuye un gran poder regenerador en su hierba, que crece de la noche a la mañana, y la abundancia de plantas medicinales, sino que loes estériles e infecundos tienen entre sus piedras solución a sus males.

Mas es este litoral gallego especialmente abundante en ceremoniales de culto a las rocas, pues ya desde un principio tuvo un importante ascendiente sobre todos y cada uno de los pueblos que, atraídos por el apocalíptico finis terrae, con audacia conquistaron estas tierras.

Altar do Apóstolo Santiaguiño do Monte
También es un lugar de profunda raíz jacobea como el Santiaguiño do Monte, en Padrón, las piedras nos legan una pronunciada naturaleza ritual ya que el peñasco que domina la cima sobre el que se han erguido un cruceiro y una imagen de Santiago, conjunto conocido como Altar do Apóstolo, en tiempos remotos tuvo propiedades fecundadoras, situación que intentó evitar el cristianismo dando un significado jacobeo al emplazamiento rocoso. De esta manera hoy en su cima se reunen los fieles para la exaltación de la figura del Apóstol sobre un lugar de marcada simbología religiosa, antes profundamente pagano y actualmente sacralizado por la religión oficial. De igual modo sucede en otro de os más importantes santuarios de fe mariana, el situado al pié de la playa de A Lanzada (Sanxenxo / Pontevedra), donde nuevamente volvemos a encontrar unidos numerosas leyendas y mitos relacionados con poderes curativos, eliminadores de maldad y, otra vez, fecundizadores. Aquí un fenómeno erosivo del mar ha estimulado la imaginación popular de tal manera que una oquedad en as rocas situadas en la orilla detrás de la ermita ha adoptado una hechura de cuna en la que yacen los creyentes. De nuevo el Berce (cuna) da Santa aparece aquí con características sanadoras y fecundizadoras, estas últimas en relación con "el baño de las nueve olas", uno de los ritos más llamativos que se puedan encontrar en la "tierra de las meigas" y que se relacionará más a fondo en un próximo post.